Érase una vez un guerrero y un mago que habían entrado a una cueva de misterios para buscar tesoros y reputación. Al guerrero le había tomado mucho tiempo convencer al mago en ir de aventuras, pues el mago tenía un serio problema de terror a los mimics.
- Es el quinto tesoro que no abrimos - Comentó frustrado el guerrero
- Podría ser un mimic - El sonido de la voz del mago retumbó llena de preocupación en la caverna
- Me tienes ya harto con eso, nos hemos enfrentado a criaturas más grande y terribles. Podrías hasta abrirlos con magia o estallar sus maderas...
- Pero entonces el mimic atacaría. - Simplemente no valía discutir con él...- Los mimics son monstruos muy inteligentes! Saben sobre nuestra codicia y lo bajo que caeríamos por dinero. Me dan náuseas de sólo pensarlo. - El mago soltó una arcada y el guerrero lo empujó.
- No seas desagradable se acerca la hora de comer y no quiero arruines mi apetito. -
- ¿Comer? si lo que quiero yo es sacarlo todo - El mago se llevó las manos a la boca para cubrir las nauseas. Por suerte para ambos se toparon con una pequeña letrina dónde el mago entró para sacar sus preocupaciones. - Que suerte tengo de haber encontrado una letrina aquí, aunque huele desagradable... Un momento... ¿Desde cuándo hay letrinas en cuevas?
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